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Ruthless Expressionism, 2022. Acuarela y témpera sobre papel, 45 x 52 cm


EXPOSICIÓN ACTUAL

Ignacio García Sánchez: Retrato del artista como máquina

Del 18 de mayo al 8 de septiembre de 2023



«Hasta hoy aún era necesario cierto trabajo manual, pero a partir de ahora el aparato funcionará completamente solo.» Franz Kafka

«Imagínense una máquina capaz de producir lo que intuye.» Yuk Hui

Nuestra relación con la tecnología es tan ambivalente como la que mantenemos con el concepto de trabajo: puede liberarnos de las limitaciones biológicas y del entorno, pero también alienarnos, haciéndonos dependientes de dinámicas que llegan a regir nuestro comportamiento con más severidad que cualquier ciclo natural. Una misma máquina puede servir como herramienta de control y al mismo tiempo de emancipación. Desentrelazar ambas vertientes a menudo solo es posible una vez que sus efectos son tan obvios que parecen irreversibles.

Foto: Raúl Belinchón

Ya Aristóteles intuyó el potencial emancipador de la tecnología aplicada al trabajo. Afirmó que la esclavitud podría abolirse en el caso inimaginable de que llegaran a existir máquinas capaces de desempeñar las mismas labores que los esclavos. Solo entonces podrían estos dedicar su tiempo a tareas más nobles. Marx, en su Fragmento sobre las máquinas, planteaba que la maquinaria diseñada para incrementar la tasa de beneficio de sus propietarios podría cumplir propósitos más avanzados socialmente si estuviera en manos de los trabajadores. John Maynard Keynes pronosticó que, gracias al aumento de la productividad, para 2030 trabajaríamos tres horas diarias y dedicaríamos el resto de la jornada a actividades más placenteras. Por la misma época, el escritor de ciencia ficción Olaf Stapledon proyectaba un futuro lejano en el que la humanidad habría sido totalmente liberada del trabajo gracias a las máquinas. En nuestros días, parte del movimiento aceleracionista sigue aspirando a hacer realidad este mismo sueño.

Foto: Raúl Belinchón

Keynes acertó en lo que se refiere a la productividad de las máquinas, sin embargo el tiempo dedicado al trabajo por los humanos no se ha reducido desde entonces sino todo lo contrario. La automatización, que abarca cada vez más ámbitos profesionales, es percibida por los trabajadores como una amenaza antes que como una oportunidad. Hay profesiones más proclives a ser desempeñadas por robots que otras, ordenadas en listas que se actualizan periódicamente. Si bien ciertas actividades rutinarias aparecen las primeras mientras que las que implican mayores dosis de empatía, intuición y creatividad se encuentran al final, los avances en campos como el aprendizaje automático están multiplicando rápidamente las áreas digitalizables. Junto a psicoanalistas, filósofos o trabajadores sociales, los artistas nos creemos todavía irreemplazables, el último bastión humano frente a la máquina.

En el siglo pasado, vanguardias artísticas de distinto signo compartieron la fe en las máquinas como materialización del progreso humano. Al tiempo que Marinetti alababa desde Italia la belleza maquínica en oposición a la del canon clásico, el teórico ruso Boris Arvátov abogaba por integrar el arte en la producción industrial hasta fusionar ambos campos en un mismo tipo de trabajo, tan bello como socialmente útil.

The Corinthian Recorder, 2022. Acuarela y témpera sobre papel, 54 x 73 cm

En la actualidad, el “arte” producido por máquinas se apoya en la potencia de la inteligencia artificial para procesar ingentes cantidades de imágenes y recombinarlas siguiendo unas pautas introducidas por programadores humanos. Se están logrando resultados cada vez más complejos y a veces inquietantes, aunque por el momento más que como obras de arte, habría que calificar estos productos como ejercicios de selección y edición a partir de un material predeterminado. Parece aún improbable que un ordenador elabore por sí solo una obra tan extraordinaria que vaya más allá de las convenciones de su tiempo.

Pero, después de todo, ¿no podríamos decir lo mismo de casi todos los creadores humanos? ¿No es acaso la remezcla de impresiones externas el procedimiento básico utilizado por cualquier artista? Los momentos de ruptura radical con el bagaje visual del entorno son excepcionales: la manera de trabajar de la mayoría de los artistas consiste en  una recombinación de elementos que en ocasiones puede dar lugar a algo que no se encuentre en las referencias originales por separado. 

Foto: Raúl Belinchón

Lo que nos diferencia de las máquinas son características psicológicas como la intencionalidad, el deseo y la conciencia autorreflexiva. Cualquier proceso creativo está motivado y es inseparable de estas particularidades humanas. Para hacer arte no basta con resolver un problema dado o alcanzar un objetivo cuantificable: cada artista inventa el problema sobre el que quiere trabajar.

Si las cualidades inconmensurables del arte chocan con los límites del pensamiento computacional, quizá haya otro importante aspecto que las máquinas sí puedan imitar sin necesidad de replicar los vericuetos de nuestra mente: la ilimitada capacidad de la humanidad para equivocarse. Paul Virilio insistía en que la tecnología no puede existir sin la posibilidad de accidentes. Si aceptamos esta idea no desde un ángulo negativo, sino como un factor que humanizaría a las máquinas, el potencial disruptivo de los errores ampliaría el espacio para la fantasía. La incapacidad de la máquina para comprender las motivaciones y replicar los impulsos de un artista humano podría propiciar obras fallidas e irrepetibles, seguramente más interesantes que cualquier copia del estilo de un “gran maestro”. 

CV Ignacio García Sánchez