
Nieves Torralba
Del 17 de septiembre al 11 de diciembre de 2020
Los poemas son ceremonias mágicas del lenguaje.
Byung-Chul Han: La desaparición de los rituales.
Difícilmente las palabras de una cita y el título del libro que la contiene pueden describir, solas o en su coordinada conjunción, el trabajo de Nieves Torralba. Sin embargo me ha parecido que las que componen la cita de Byung-Chul Han y el título de la obra de donde ha sido extraída recogen las características de cada una de las líneas que conforman los dibujos que la artista presenta en el Gabinete de dibujos bajo el título Respiración Botánica.
Son muchas y muy diversas las formas en las que se pueden abordar los planteamientos de comunicación y representación artística y, entre ellas, innumerables las centradas en el dibujo como una de sus manifestaciones.
Intuimos el dibujo primigenio como un acto directo de expresión en el que la inmediatez determina el gesto expresivo que relata de manera eficaz la idea. Una potente herramienta semejante a la palabra que se desenvuelve entre gramáticas y ortografías múltiples, con caracteres abstractos que, mágicamente, todos podemos entender al convertirlos en códigos, en claves para descubrir e interpretar el lenguaje que se nos ofrece.
Dibujamos sobre la arena de una playa. Garabateamos con el dedo sobre el polvo depositado en el tablero de una mesa. Escribimos mensajes en parabrisas sobre los que el tiempo fue dejando un poso que el agua ausente no ha podido borrar. Señalamos dibujando cómo llegar a un destino, bien trazando un mapa, bien siguiendo con nuestro índice la línea que marca el viaje, redibujando sin marcar. Dibujamos para reconocer cosas, para ayudarnos a desarrollar otros idiomas distintos al gráfico. Dibujamos para organizar. Dibujamos para escribir, ¿qué son las letras si no dibujos?
Dibujamos porque como forma de expresión es la más directamente unida a cada uno de nosotros. No necesitamos siquiera girar la cabeza para mezclar en los límites de un pincel un color en la paleta antes de trasladarlo al soporte definitivo. No disipamos la atención en intermediaciones.
El lápiz está unido a la mano como una extensión del dedo que expresa y describe. Realizamos dibujos para trasladar mensajes, ideas, sentimientos, indicaciones para resolver problemas, para dejar la evidencia de que aquello que sabemos lo podemos compartir. Lo hacemos para, en definitiva, explicarnos, para trascender.
Dibujar es eso, trascender. Es desvelar lo que se ha visto, imaginado o intuido, a uno mismo como autor en primer lugar y, al mismo tiempo o después, a los demás.
Enumerar las diferentes formas de abordar el hecho artístico del dibujo resulta inútil por inabarcable y ocioso por su inutilidad. Pero sí parece necesario establecer aquí los rasgos determinantes, a mi juicio, que se recrean en las obras de Nieves Torralba, pues es de lo que hablamos.
Sus dibujos podrían situarse en un espectro indeterminado y extenso entre la belleza de la Botánica naturalista descriptiva y la magia de las formulaciones de sus esencias. Ambos casos confluyendo en lo determinante de la representación y la trascendencia de la expresión.
Inhalar…, exhalar…, disfrutar del aroma…, respirar…

Nieves Torralba utiliza para sus fines lo que podríamos denominar una suerte de dibujo sintético. Un alfabeto criptográfico reducido a mínimos. Líneas, rayas que cambian sólo en longitud y grosor y funcionan como acertijos que adquieren sentido al fusionarse en combinaciones, alcanzando un nivel de desciframiento ajeno al hecho que lo provocó. Haciendo aquello que hace para convertirlo en algo distinto. Utilizando una base naturalista reconocible que destila en un hipotético alambique depurador de donde extrae una condensación líquida intensificada.
Hablábamos antes de la belleza contenida en las fórmulas esenciales, como contenida está también en las de la Física o las Matemáticas, una cierta belleza poética, que esconde en ellas la sabiduría que las alumbró.
En los dibujos de Nieves Torralba se trataría de formulaciones alineadas con el ámbito de lo poético, tan cercano a la alquimia de las fórmulas perfectas, con las proporciones exactas en cada uno de sus elementos: la idea, la línea, el trazo, la textura, el tono, el mensaje y la interpretación del receptor. Formulaciones (dibujos) que se basan en el estudio de la naturaleza, concretamente de las flores, de la Botánica, como le gusta a la artista definir su interés. Pero también hay mucho de pensamiento, reflexión sobre la percepción, y después, de vaciado intelectual y físico sobre el soporte del papel. Un blanco impoluto que no admite enmiendas. Una sábana nívea perfecta que acogerá las huellas del grafito y ninguna otra.
También las paredes son soportes ideales para el dibujo. Una enorme planta trepadora, o colgante, según se mire, preside y sustenta sobre los muros de Respiración botánica el tallo del que penden sus hojas que, a modo de invasión germinal, coloniza las paredes adyacentes con sus flores, otras flores, otros frutos. Un gesto efímero que durará lo que duran algunas plantas de corta vida.
Nieves Torralba ha dibujado antes sobre otras paredes: la ermita de Sta. María Magdalena y San Blas de Sagunto (Peregrinatio. Arte en las ermitas, 2009), en el Centro Párraga (Arder en mar de hielo, Murcia 2009), en el Jardín del Museo Universitario del Chopo (Echar raíces, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, 2010), sobre grandes paramentos en exposiciones en Valencia (Acontraluz, Centre del Carme, 2012), la intervención permanente en el vestíbulo principal del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Maya chionos, Majadahonda, Madrid, 2014) o en el patio del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam (Tiempo detenido, La Habana, 2014). No es la de esta exposición una intervención menor pues, intencionadamente, une los trabajos que la rodean y funde el tiempo actual con el anterior, tras el obligado paréntesis sanitario de los últimos meses. La planta fue dibujada para la exposición colectiva inicial del nuevo Gabinete de Dibujos y relaciona ahora aquel evento con este otro individual. La naturaleza hace que la vida continúe.
Dibujar plantas, o flores, es una forma de reivindicar la vida. La esperanza de un mundo mejor.
Mención aparte merecen los dibujos realizados con punta de plata. Preparación especializada del soporte, fórmula magistral sobre la superficie, aparejo secreto sobre el que se deslizará el afilado mineral argéntico para dejar la huella de quien la traza y la del tiempo, oculta en la tierra durante milenios. Especialmente atractivos por su característica de pequeñas joyas, no tanto por su tamaño y el rastro que los hace visibles, como por la intensidad que en ellos subyace de respeto a los materiales, al proceso de trabajo. Admiración y respeto por los maestros mexicanos que traspasaron su sabiduría, pero también al efecto del tiempo que formó el material y a su discurrir posterior, pues las leves oxidaciones de las líneas de plata tendrán su propio discurso de irisaciones y tonalidades a lo largo de los años, convirtiéndose en dibujos cambiantes, matizados, vivos. De nuevo hablamos del deslizamiento temporal, de poesía, “(…) Todo declina. El lubricán asciende. Nada me domina. Es el curso de la vida.” (Hannah Arendt: Cansancio).
He podido disfrutar los dibujos de Nieves Torralba y apreciar en ellos la carga reflexiva de la observación del objeto de atención. Su potencia, su estructura a través de la arquitectura del diseño de la naturaleza. Pero también he podido percibir, espectralmente intuida, la inclinación del cuerpo sobre el papel para depositar en él, como vaciándose, el libado, el néctar de esa observación. Algo así como la natural labor de una abeja especializada en recoger, exclusivamente, lo íntimo de la forma para convertirlo en algo diferente. “Uno escribe algo para contar otra cosa.” (María Gainza: El nervio óptico).
Hablamos pues, como en la cita inicial, de un ritual casi desaparecido que desarrollado ceremonialmente en las manos de Nieves Torralba trasciende cierta mística del lenguaje para hacer del dibujo poesía alejada de la literalidad.
Dibujar aquello que vemos contiene en sí el peligro de definir sólo su superficie. Cosa bien distinta es ser capaz de aspirar la visión, cerrar los ojos, y al abrirlos dibujar el sedimento de lo percibido. Es entonces cuando, al ver su trabajo, reparamos en la diferencia que podría existir entre beber agua en un vaso o hacerlo de una fuente utilizando el cuenco de nuestras manos. El agua estremecida por la forma tiene una dimensión diferente y de mayor amplitud.
De otra parte sus dibujos necesitan varias, muchas sesiones idénticas entre sí. Lo que convierte cada obra en un conjunto de ejercicios de rigor cercanos a lo ceremonial; pensamiento previo, concentración en equilibrio con la sesión anterior, posición del cuerpo, tiempo, presión continua del lápiz, afilado sistemático y preciso de madera y mina, tensión, pulso. Inclinarse sobre el papel en el tablero, inhalar, contener el aliento que no debe liberarse hasta finiquitar el trazo, incorporarse, exhalar, observar… y de nuevo continuar el ceremonial.
Una ceremonia que acerca a la meditación, a lo sublime, a quienes participan del rito.
Nieves Torralba dibuja flores. Esta sería una afirmación simple que no faltaría a la verdad, pero la verdad en su perfección no carece nunca de complejidad. Vemos en sus dibujos flores, sí, pero convertidas en formas geométricas. Estructuras orgánicas convertidas en cálices contenedores del recuerdo. Simetrías perfectas unas, y otras apenas escoradas por la flexibilidad de un tallo que deriva el peso. Botánicas que evocan la apnea de su gestación.
Si queremos participar de los beneficios que ofrece la visión de los dibujos que se nos muestran en este conjunto de Respiración botánica, habremos de abordarlos como si formaran y formáramos parte de un círculo virtual que uniera a la artista, su obra y a nosotros como espectadores al recorrer el espacio en el que están reunidos, donde el curso de la ciudad, de la calle, recrea antes de entrar en él otro espacio intermedio que inteligentemente aísla, relaciona y prepara.

Mirar en el frente de acceso la primera obra, como lo hacemos ante un vitral. Abrir el pórtico de paso. Bañarnos en la luz interior. Alzar la mirada ante las flores que elevan sus tallos. Ver el crecimiento de la vida, atender a los detalles, a los matices del perfecto brillo acharolado del grafito, subir y descender por la negra enredadera en la pared y después, al igual que hiciera el cuerpo inclinado de la artista al realizar la obra, bajar la mirada hacia la plata transmutada, inhalar, contener el aliento, exhalar, e intentar recoger la esencia, la cadencia de la respiración que de los dibujos emana.
Sebastián Nicolau, comisario de la exposición
Gallery pictures: Raúl Belinchón